lunes, 13 de enero de 2014

Road to perdition (Camino a la perdición). Me alegra que seas tú [2002]

Situada cronológicamente en tiempos de la Gran Depresión, Road to Perdition, del británico Sam Mendes, nos narra de una manera sublime una historia sobre la venganza y la imposible salvación del alma. 

Una película grandiosa donde el personaje principal, interpretado por Tom Hanks, queda absolutamente deshumanizado por el salvaje entorno en el que se ve obligado a moverse, a pesar de que su único afán en la vida consiste en proteger aquello que más quiere. 

De entre todas las maravillosas escenas que configuran esta obra maestra del cine, una destaca sobre las demás: la muerte de John Rooney (último gran papel de un monumental Paul Newman) a manos de la persona a la que ha criado como a un hijo. Este desenlace, aunque previsible, deja atónito a un espectador que observa una sucesión de los fotogramas más bellos y cargados de crueldad que jamás han adornado la pantalla de una sala de cine. 


Michael Sullivan ha preparado el material que servirá a sus propósitos en su noche de venganza. Su hijo queda avisado de su más que probable muerte. Ya entrada la noche y bajo una intensa lluvia, John Rooney abandona el local O'Neill's en compañía de sus guardaespaldas y se dirige a su coche. El piano del compositor Thomas Newman comienza a sonar, apagando el ruido de la lluvia y el de los posteriores disparos, cuando Rooney comprueba que ha llegado su hora: el conductor ha sido asesinado y poco falta para que todos sus hombres caigan, uno tras otro, bajo el fuego de Sullivan. Rodeado de cadáveres, Rooney se gira lentamente para hacer frente a su verdugo, que no es otro que aquel en el que más confiaba. El volumen de la música cede por un instante y el padre, antes de morir, se dirige a su hijo con un desgarrador Me alegra que seas tú. Tras aquello, el rostro de Sullivan se inunda del fuego de su ametralladora y todo termina. La vida del que fue su mentor, su padre, ha finalizado en una calle sombría, bajo una lluvia que no cesa. La silueta de Michael Sullivan desaparece entre la bruma, dejando tras de si un rastro de cadáveres.

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