miércoles, 14 de mayo de 2014

Dead Poets Society (El Club de los Poetas Muertos). ¡Oh, capitán, mi capitán! [1989]

Bajo el techo de un muy riguroso colegio privado de Nueva Inglaterra un puñado de alumnos descubren, de la mano de un osado profesor de literatura, el verdadero significado de la poesía, del "carpe diem" y de la envergadura de los sueños y de su consecución en la vida. Los excéntricos métodos del profesor John Keating, encarnado en la cinta por un gran Robin Williams, traerán consecuencias inevitables para la vida de sus pupilos y para el desarrollo de las normas que el colegio ha tenido siempre como decálogo.

La película es un canto a la rebeldía, una crítica a la imposición de conductas que pretenden la sumisa perfección de unos niños que no tienen aún edad suficiente para darse cuenta de las cosas que realmente importan o que, por contra, ya han adoptado el modelo social impuesto como el importante. El profesor Keating representa ese pensamiento original e inteligente y pretende, mediante la utilización de la poesía, que sus alumnos despierten y rechacen firmemente la sociedad de prejuicios y relaciones prefabricadas que les han intentado vender aquellos que ya no tienen posibilidad de rebelarse.


La conmovedora última escena de la película resume en apenas un minuto lo que todos los muchachos a cargo de Keating han recogido de sus enseñanzas sobre la existencia humana. La visión que de la vida les ha ofrecido este humilde profesor ha cambiado para siempre la trayectoria vital de unos jóvenes que se han enfrentado quizás demasiado pronto al trauma de la muerte.

Uno de sus compañeros, el Neal Perry interpretado por un jovencísimo Robert Sean Leonard, se ha suicidado tras comprender que la estricta posición de su familia nunca le iba a dejar seguir adelante con su sueño de ser actor. Como consecuencia de esta tragedia, el profesor Keating es inmediatamente acusado de la muerte del muchacho y es expulsado a la vez que algunos de sus alumnos son severamente reprendidos y obligados a declarar en su contra.

Mientras Mr. Nolan, fiel representante de toda la filosofía del colegio Welton trata de encauzar a duras penas la que fuera la clase de Keating, se asiste a la entrada de este último en el aula, a la que acude con intención de recoger sus últimas pertenencias. Cuando se acerca a la puerta para abandonar definitivamente la institución, el tartamudo Todd Anderson deja atrás el miedo y la vergüenza y, tras intentar aclarar sin resultados la coacción a la que se han visto sometidos, sube a su pupitre y grita "¡Oh, capitán, mi capitán!", la interjección, tomada de un poema de Walt Whitman sobre Abraham Lincoln, que había servido para definir al selecto grupo de seguidores de Keating. De poco valen ya las amenazas de Mr. Nolan, pues a Anderson le siguen los demás sin dudarlo. Uno tras otro suben a sus escritorios y gritan la frase de Whitman, que cae sobre una losa sobre los pilares de la institución. Tradición, honor, disciplina y excelencia quedan atrás y palidecen ante el tributo que los alumnos de Keating le rinden por sus enseñanzas, por haberles preparado para pensar por si mismos.

Parte de la batalla está ganada. El trabajo y el dolor no ha sido en vano y es por eso que un emocionado John Keating mira a sus discípulos, todos en pie ante él, y les arroja un "Gracias chicos, gracias"...

lunes, 13 de enero de 2014

Road to perdition (Camino a la perdición). Me alegra que seas tú [2002]

Situada cronológicamente en tiempos de la Gran Depresión, Road to Perdition, del británico Sam Mendes, nos narra de una manera sublime una historia sobre la venganza y la imposible salvación del alma. 

Una película grandiosa donde el personaje principal, interpretado por Tom Hanks, queda absolutamente deshumanizado por el salvaje entorno en el que se ve obligado a moverse, a pesar de que su único afán en la vida consiste en proteger aquello que más quiere. 

De entre todas las maravillosas escenas que configuran esta obra maestra del cine, una destaca sobre las demás: la muerte de John Rooney (último gran papel de un monumental Paul Newman) a manos de la persona a la que ha criado como a un hijo. Este desenlace, aunque previsible, deja atónito a un espectador que observa una sucesión de los fotogramas más bellos y cargados de crueldad que jamás han adornado la pantalla de una sala de cine. 


Michael Sullivan ha preparado el material que servirá a sus propósitos en su noche de venganza. Su hijo queda avisado de su más que probable muerte. Ya entrada la noche y bajo una intensa lluvia, John Rooney abandona el local O'Neill's en compañía de sus guardaespaldas y se dirige a su coche. El piano del compositor Thomas Newman comienza a sonar, apagando el ruido de la lluvia y el de los posteriores disparos, cuando Rooney comprueba que ha llegado su hora: el conductor ha sido asesinado y poco falta para que todos sus hombres caigan, uno tras otro, bajo el fuego de Sullivan. Rodeado de cadáveres, Rooney se gira lentamente para hacer frente a su verdugo, que no es otro que aquel en el que más confiaba. El volumen de la música cede por un instante y el padre, antes de morir, se dirige a su hijo con un desgarrador Me alegra que seas tú. Tras aquello, el rostro de Sullivan se inunda del fuego de su ametralladora y todo termina. La vida del que fue su mentor, su padre, ha finalizado en una calle sombría, bajo una lluvia que no cesa. La silueta de Michael Sullivan desaparece entre la bruma, dejando tras de si un rastro de cadáveres.