miércoles, 17 de junio de 2015

Up! (Una vida de amor verdadero) [2009]

Es curioso como una película de animación dirigida, al menos en apariencia, a los niños, esconde entre sus numerosas escenas de fanfarria y colorido, una historia que dificilmente puede llegar a sentir en toda su plenitud un menor. Pero eso es exactamente lo que esconde el Up! de Pete Docter y Bob Peterson bajo la extravangante búsqueda de ese arisco anciano que una mañana se ve en la obligación de marchar en busca de unas cataratas imposibles a los mandos de una casa flotante. Y es que la verdadera historia que nos cuenta esta película es la de la consecución de un anhelo que jamás tendrá sentido sin la persona que durante toda su existencia hizo todo lo posible por impulsarlo.



El difícil carácter de Carl, el sorprendente viaje a Venezuela, una casa que se eleva por los aires gracias a globos de helio atados a la chimenea, ... Todo queda explicado en una de las escenas más bonitas, desgarradoras y románticas que jamás se hayan proyectado sobre la tela de una pantalla de cine. Durante cuatro minutos y medio se le relata al espectador la vida de Carl Fredricksen y de su difunta mujer, Ellie, verdadero motor de una relación dedicada al amor con mayúsculas, sin tapujos.

Bonita y hermosa porque cada segundo del metraje rebosa poesía, colorido y una creatividad formidable. Nada sobra en un relato que prescinde totalmente de los diálogos y que transmite a la perfección, con una preciosidad tremenda, exactamente aquello que el narrador quiere transmitir.
Romántica porque define con una maestría dificil de superar el concepto de lo que ha de ser el amor y el cariño entre dos personas durante todo el transcurso de su existencia.
Y desgarradora, cruel, porque nos cuenta cómo el inexorable paso del tiempo termina con todo, con el amor, con la belleza, las esperanzas, y con la propia vida. Y consigue que hasta el corazón más duro se vea conmovido por la injusticia que impone la terrible realidad.

Y el espectador, estremecido, entiende al fin que el verdadero motor que hace desplazarse por el aire a aquella frágil casa, no es el viento o los globos, guiados por ingeniosos mecanismos repartidos por todos los rincones de la vivienda, sino el verdadero amor. El amor que el ya cansado anciano sentía por su mujer es el impulsor de la casa y del propio Carl, que al fin, decide hacer realidad algo que casi nunca se cumple: una promesa infantil, un juramento con la mano sobre el corazón.

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