martes, 27 de noviembre de 2012

Casablanca. Siempre nos quedará París [1942]

Partiendo de la obra teatral nunca estrenada Everybody Comes To Rick's, de Murray Burnett y Joan Alison, Michael Curtiz comienza a rodar en mayo del 41 la que es considerada por muchos como la mejor película de historia del cine. Plagada de situaciones tan inolvidables que incluso personas que jamás han tenido la oportunidad o las ganas de ver la cinta serán capaces de narrarlas como si efectivamente lo hubieran hecho, su escena final sobresale por encima de todas las demás e impacta con dramatismo en todos aquellos espectadores que esperan un final feliz, mostrando sin embargo aquella realidad descarnada que implica toda crónica de desamor que se precie.


Richard "Rick" Blain, americano aventurero que ha paseado su cuerpo por medio mundo, es un hombre rudo y cínico que ha terminado aplacando su amargura en una antro de Casablanca frecuentado por las personalidades más variopintas que uno pueda llegar a imaginar. Ilsa Lund es una noruega idealista y romántica con la que Rick vivió una intensa historia de amor en París y con la que padeció un desengaño amoroso que apenas si le dejó con ganas de seguir viviendo.

En plena II Guerra Mundial, Ilsa aparece de nuevo en la vida de Rick, esta vez en compañía de su marido, Victor Laszlo, un líder checo de la Resistencia que antepone las añoranzas personales en pos de la lucha por la libertad. Ambos acuden al café de Blain con la intención de obtener unos salvoconductos que les permitan escapar de la zona ocupada por los nazis, a lo que Rick, obsesionado con la mujer y corroído por los celos, se opone desde el principio, llegando incluso a tramar un plan para dejar a Laszlo en manos de la Gestapo y así escapar con Ilsa hacia los Estados Unidos.

Con la mítica As time goes by sonando tímidamente en el fondo, con la lluvia y la niebla que casi impiden ver los movimientos que rodean a los protagonistas, toda la trama desemboca en una escena final memorable donde Rick ha de poner fin al conflicto desencadenado entre amor y virtud, entre la posesión de su amada Ilsa y la realización de lo correcto. Inesperadamente, de entre toda la caterva de intérpretes corruptos, a cual más detestable, que plagan cada una de las escenas que componen el conjunto de la trama, surge la honradez y la integridad del más irreverente de todos, dando como resultado una de las escenas de amor más impactantes que jamás se han podido ver en una película, bañada con una dosis de realismo que se sitúa a la misma altura y que desconcierta al espectador. El final feliz no va a llegar. El tormento del amor imposible seguirá rondando por siempre sobre un personaje que sin embargo saca algo positivo de todo lo sucedido: también le perseguirá, inagotable, el recuerdo de lo vivido en París. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario